sábado, 27 de diciembre de 2014

Hijos

Mis hijos salen casi de noche de la escuela. Es peligroso. Son pequeños y aquí oscurece tan temprano. Los padres hemos formado cuadrillas para buscarlos y repartirlos en sus casas.
Ya ubicados en el hogar, les damos la cena, conversamos un poco y los mandamos a la cama.
Como todos los niños se parecen, muchas veces no me doy cuenta de que siempre son niños distintos los que viven conmigo.

Ildiko Nassr

domingo, 21 de diciembre de 2014

Guerra total


Mutilaban a las mujeres mas hermosas de sus enemigos para que no los aventajaran en el arte de la poesía.

Orlando Romano


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jueves, 18 de diciembre de 2014

Ceguera de Amor

¿No fue un poco trágico? Con todas las cosas que había para aprender y admirar en aquel lejano país, y nosotros… turistas enamorados.

Orlando Romano



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domingo, 14 de diciembre de 2014

Ese chico tiene problemas en casa

Esta mañana, en clase, un alumno se transformó en perro. Siempre me pierdo la acción en mi afán de copiarles la teoría en la pizarra.

Después de la confusión, les pregunté a sus compañeros, disimulando mi curiosidad. Ninguno supo precisar el momento exacto en que ocurrió la transformación. No fue paulatina, sino sorpresiva.

Los adolescentes, en general, no dejan de sorprenderme. Sin embargo, en todos estos años de docencia, jamás había estado tan cerca del alumno-perro. Se transformó descaradamente en mi clase y me lo perdí.

No un cancerbero, ni siquiera un perro negro. Un perro lanudo, común, despeinado, que no llamaría la atención si no supiera que es López, el del tercer banco a la izquierda. No recuerdo su nombre de pila. Sólo su pelo desteñido y despeinado, como si nunca se lo hubiera lavado o peinado. Un chico común, con mirada perdida, como drogado. Un perro común, con mirada de perro, como hambriento.
Hablé con la psicóloga del colegio y me dijo:

-No puedo creer hasta qué extremos está dispuesta a llegar la gente para llamar la atención. Ese chico tiene problemas en su casa.

Vaya si los tiene, pensé.

-Su padre los abandonó cuando él nació, porque era diferente a lo que esperaba. No sé qué quería este tipo, si lo vieras. Creo que se parece al chico, cuando se transforma. Una cara de perro impresionante.
Después de la transformación, el perro escapó del aula y sus compañeros tuvieron que buscarlo.

Hasta que volvieron mi hora había terminado.

Definitivamente, siempre me pierdo la acción.

Ildiko Nassr


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martes, 9 de diciembre de 2014

Debajo del educador

La estatua de William Morris en Palermo está ubicada sobre una pequeña elevación del terreno. Así se destaca mejor la figura ceremoniosa de este educador. Pero cedió la tierra de sostén y un agujero permitía ver que hay un hueco grande entre la base de la estatua y los bordes de la elevación de tierra, que dejaba entrar  a dos o más personas. Y es allí donde en las sombras de la noche vivían ellos, deslizándose por el agujero en las entrañas del monumento del educador. Están donde el destino los envió, al fondo, por debajo. Son el infierno de lo representado en la superficie, son su antítesis. Allí sobrevivían ocultos, hundidos en el olvido de sus borracheras. Ellos ignoraban la superficie, pero la gran estatua también ignoraba su mundo subterráneo. Cuando para la protección de la obra se enrejó el perímetro y los oscuros visitantes no pudieron esa noche encontrar su hueco, llevaron su infierno a cuestas  a un nuevo destino solo conocido por ellos, mientras William Morris continuaba su inmutable clase y nosotros seguíamos ignorando a los mutantes de la noche.

Inés María Cabrera




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domingo, 23 de noviembre de 2014

Una excusa para viajar a París

Estoy cansado de vivir siempre en la misma ciudad. Me gustaría salir al mundo, viajar. A París, por ejemplo. Sí, París estaría bien. Mudarme a la capital francesa y escribir los Trópicos antes de que se me adelante Henry Miller; diseñar y construir una gigantesca estructura metálica a la que podría llamar la Torre Eiffel; levantar el castillo de Versalles; respirar el mayo del 68 o dar un paseo por la orilla del Sena acompañado de Víctor Hugo. Pero, claro, todo eso es imposible ya… Si algún día voy a París tendré que conformarme con avistar en el cielo las cigüeñas y sus cestitas de mimbre cargadas de recién nacidos. Unos amigos que han estado allí hace poco me han dicho que es un espectáculo no exento de cierto atractivo, a fin de cuentas.

Francisco Rodríguez Criado


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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ladrón fetichista

Ella se había puesto su perfume favorito sin saberlo. Como un vulgar ladrón se volvió a colar por su ventana para visitarla una noche más atraído por su delicioso aroma a jazmín. Como fetichista reconocido de sus pies no dudó ni un segundo en aterrizar sobre uno de ellos y detenerse unos breves instantes, eso sí, antes de clavarle sin piedad de nuevo su aguijón y chuparle como un vampiro sediento su Cero positivo y entonces la despertó, dejandole en su piel durante dias su asquerosa marca de mosquito tigre.

Natalia Pérez Agulló


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domingo, 16 de noviembre de 2014

Tempus Fugit

Aparte de muchas virtudes, la tecnología encierra la vocación perversa de hacernos sentir cada vez más viejos. Muestra de ello es cómo a diario, al tiempo que se intenta saciar la voracidad acaparadora de los coleccionistas de música, la perfección metalizada del CD, la enorme capacidad de almacenamiento del DVD y los misterios condensados e insondables del MP3 nos ponen despiadadamente de manifiesto la vertiginosa certidumbre de haber nacido vinilo tempore.

Juan Ramón Santos


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lunes, 10 de noviembre de 2014

Del salón…

Del salón en el ángulo oscuro, por su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, releyendo las rimas de Becquer, una tía lejana.

Ana María Shua



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sábado, 8 de noviembre de 2014

El Juez

Un mendigo pedía limosna en la puerta de un restaurante del cual salía un suculento olor a asado de carne.Tirado en la acera, el mendigo se decía lo afortunado que era por poder disfrutar de semejante aroma cada día mientras mendigaba. Un día fue a una panadería, compró una barra de pan y se acercó a la cocina del restaurante para comérsela mientras olía la carne asada. El cocinero, que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, le pidió un dinar por cada día que pasase disfrutando del olor que despedía la carne.
Ante la negativa del mendigo a pagar tal suma, el cocinero le llevó ante Yoha, el juez, a quien expusieron los hechos:
-Ese hombre -dijo el cocinero-, se pasa el día disfrutando del olor de mis asados y se niega a pagar por ello.
-¿Y cuánto dinero pides? -preguntó Yoha.
-Un dinar por día -contestó el cocinero.
Entonces Yoha sacó una moneda de dinar de su bolsillo, la tiró al suelo y preguntó al cocinero:
-¿Has oído caer la moneda?
- Sí, señoría -contestó el cocinero.
-Pues considérate pagado -dijo Yoha.

Raghida Abillamaa


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martes, 4 de noviembre de 2014

Caballo imaginando a Dios

A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el Caballo. Todo el mundo sabe – continuaba en su razonamiento – que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.

Augusto Monterroso


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sábado, 1 de noviembre de 2014

La daga

Es una daga posiblemente morisca, no soy entendida en armas, desgastada la hoja, damasquinada la empuñadura y la vaina de acero. Nuestro padre nunca nos comentó su origen, por lo que he pensado que tal vez debe de haber pertenecido a alguno de nuestros antepasados españoles que lucharon durante siglos contra los moros hasta que estos fueron expulsados de España. Pero tampoco lo sé con certeza, sólo lo supongo.

La desgastada hoja descansaba envainada sobre una mesa en mi departamento.  Una tarde entró un asaltante a mi casa, solo atiné a quedarme quieta y en silencio, mientras el hombre trataba de atarme a una silla. Yo tenía la vista fija en la mesa donde descansaba la vieja daga, para no mirarle la cara al delincuente. Entonces fue cuando  la carcomida hoja, desgastada por el tiempo y el uso, comenzó lentamente a moverse y salir de la vaina, en silencio y con sigilo. Lentamente se colocó de punta y con un movimiento rápido, aprendido a través de los siglos de lucha, se clavó en el pecho del hombre. Yo sentí que el hombre gritaba, mientras la hoja limpia, sin manchas, regresaba a su vaina que la esperaba.  El asaltante cayó al suelo. Yo temblaba.

Inés María Cabrera


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jueves, 30 de octubre de 2014

Crímenes ejemplares

¡Me negó que le hubiera prestado aquel cuarto tomo…! Y el hueco en la hilera, como un nicho…

Max Aub


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sábado, 25 de octubre de 2014

Tamara vuela dos veces

Rosa fue torturada, bajo control de un médico que mandaba parar, y violada, y fusilada con balas de fogueo. Pasó ocho años presa, sin proceso ni explicaciones, hasta que el año pasado la expulsaron de Argentina. Ahora, en el aeropuerto de Lima, espera. Por encima de los Andes, su hija Tamara viene volando hacia ella.

Tamara viaja acompañada por dos de las abuelas que la encontraron. Devora todo lo que le sirven en el avión, sin dejar una miga de pan ni un grano de azúcar. En Lima, Rosa y Tamara se descubren. Se miran al espejo, juntas, y son idénticas: los mismos ojos, la misma boca, los mismos lunares en los mismos sitios.

Cuando llega la noche, baña a su hija. Al acostarla, le siente un olor lechoso, dulzón; y vuelve a bañarla. Y otra vez. Y por más jabón que le mete, no hay manera de quitarle ese olor. Es un olor raro… Y de pronto, Rosa recuerda. Este es el olor de los bebitos cuando acaban de mamar; Tamara tiene diez años y esta noche huele a recién nacida.

Eduardo Galeano




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martes, 21 de octubre de 2014

Progreso y retroceso. Historias de cronopios y de famas

Inventaron un cristal que dejaba pasar las moscas. La mosca venía empujaba un poco con la cabeza y, pop, ya estaba del otro lado. Alegría enormísima de la mosca.

Todo lo arruinó un sabio húngaro al descubrir que la mosca podía entrar pero no salir, o viceversa a causa de no se sabe que macana en la flexibilidad de las fibras de este cristal, que era muy fibroso. En seguida inventaron el cazamoscas con un terrón de azúcar dentro, y muchas moscas morían desesperadas. Así acabó toda posible confraternidad con estos animales dignos de mejor suerte.

Julio Cortazar


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sábado, 18 de octubre de 2014

Senderos olvidados

Mi tía Eduvigis se pone maquillaje y ya no le pesan los años. Corrige en su rostro caminos que ella desconocía.

Mi tía Eduvigis se pone maquillaje con tal vehemencia hasta no quedar nada de ella. Retoca sus cejas y borra surcos y grietas que alguien dejó para siempre olvidadas.” Lo hago para mirar el sol sin vergüenza “, se dice a sí misma.

Para ella, lo esencial es guardar su cara fatigada en el armario, luego pedir al espejo su aprobación y que le guarde el secreto. Por último, se convence que si el viento no ondula su pelo al salir en la mañana es porque ya la desconoce.

Tal vez se venía preparando desde hace ya mucho tiempo, recuerdo que cuando barría su casa solía guardar la basurilla debajo de la alfombra.

Eduardo Humberto Díaz Rojas


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lunes, 13 de octubre de 2014

Artículo de fe

Las ovejas imaginan un Dios infinitamente misericordioso y bondadoso, capaz de perdonar hasta a los lobos. Los lobos, por su parte, imaginan un Dios fuerte y todopoderoso, temido y adorado hasta por las ovejas.

Juan Armando Epple


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martes, 7 de octubre de 2014

EL SICARIO

La Iglesia estaba en penumbras, era ya casi el mediodía. No había feligreses, salvo un hombre de traje oscuro arrodillado en el penúltimo banco. El anciano sacerdote esperaba pacientemente las campanadas de las doce para cerrar las puertas del templo, sentado en el confesionario por si algún pecador se acercaba. Lentamente entró al templo el sicario y se arrodilló en el último banco. Le susurró al hombre de traje oscuro: ¿ahora? El hombre arrodillado en el penúltimo banco sin darse vuelta le respondió: no, espera que me confiese y me dé la absolución, luego procede. No quiero testigos.

Inés María Cabrera






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viernes, 3 de octubre de 2014

EL PROYECTO

El niño se inclinó sobre su proyecto escolar, una pequeña bola de arcilla que había modelado cuidadosamente. Encerrado en su habitación durante días, la sometió al calor, rodeándola de móviles luminarias, le aplicó descargas eléctricas, separó la materia sólida de la líquida, hizo llover sobre ella esporas sementíferas y la envolvió en una gasa verdemar de humedad. El niño, con orgullo de artífice, contempló a un mismo tiempo la perfección del conjunto y la armonía de cada uno de sus pormenores, las innumerables especies, los distintos frutos, la frescura de las frondas y la tibieza de los manglares, el oro y el viento, los corales y los truenos, los efímeros juegos de luz y sombra, la conjunción de sonidos, colores y aromas que aleteaban sobre la superficie de la bola de arcilla. Contra toda lógica, procesos azarosos comenzaron por escindir átomos imprevistos y el hálito de la vida, desbocado, se extendió desmesuradamente. Primero fue un prurito irregular, luego una llaga, después un manchón denso y repulsivo sobre los carpelos de tierra. El hormigueo de seres vivientes bullía como el torrente sanguíneo de un embrión, hedía como la secreción de una pústula que nadie consigue cerrar. Se multiplicaron la confusión y el ruido, y diminutas columnas de humo se elevaban desde su corteza. Todo era demasiado prolijo y sin sentido. Al niño le había llevado seis días crear aquel mundo y ahora, una vez más en este curso, se exponía al descrédito ante su Maestro y sus Compañeros. Y vio que esto no era bueno. Decidió entonces aplastarlo entre las manos, haciéndolo desaparecer con manifiesto desprecio en el vacío del cosmos: descansaría el séptimo día y comenzaría de nuevo.

Ángel Olgoso




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viernes, 26 de septiembre de 2014

VENGANZA

Empezó con un ligero y tal vez accidental roce de dedos en los senos de ella. Luego un abrazo y el mirarse sorprendidos. ¿Por qué ellos? ¿Qué oscuro designio los obligaba a reconocerse de pronto? Después largas noches y soleados días en inacabable y frenética fiebre.

Cuando a ella se le notaron los síntomas del embarazo, el padre enfurecido gritó: “Venganza”. Buscó la escopeta, llamó a su hijo y se la entregó diciéndole:
-Lavarás con sangre la afrenta al honor de tu hermana.

Él ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos no brillaba la sed de venganza, pero sí la tristeza del nunca regresar.

Ednodio Quintero


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domingo, 21 de septiembre de 2014

PATERNIDAD RESPONSABLE

Era tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo los ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.

Carlos Alfaro Gutiérrez


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jueves, 18 de septiembre de 2014

Compañía

—Dámelo —pidió la más vieja de las dos mujeres, la que estaba en la cama.

—No sé dónde lo tienes; nunca lo he visto —dijo la otra.

—Búscalo allí, en el cajón —ordenó la que estaba acostada, bocarriba. Habló desde la posición en que se encontraba, sin volver el rostro, sin incorporarse, con la mirada fija, como si estuviera viendo las manchas que la humedad había ido dejando en el cielo raso.

 La más joven de las dos mujeres, la que caminaba de un lado a otro del cuarto, se acercó al cajón y lo abrió. Removió las peinetas de carey, los broches de granates y perlas, los camafeos, los medallones de esmalte. Alzó los ojos y miró a la otra mujer, en el espejo, entre almohadas, guardando silencios llenos del trabajo que le costaba respirar.

—No lo veo —dijo—; a lo mejor lo perdiste.

—En el fondo —insistió la más vieja, tosiendo—; busca atrás, debajo del papel.

 Había demasiadas cosas en el cajón. La mujer que estaba de pie comenzó a sacarlas y las fue dejando encima, entre los frascos de crema y de loción.

—Quiero que me acompañe —explicó en voz baja la mujer que estaba acostada—. Lo quiero aquí, en mi pecho.

—¿No te da vergüenza? —preguntó la otra, mientras desprendía el papel guinda con que estaba forrado el cajón.

—Será mi compañía; mi única, mi sola compañía.

—¡Qué dirían! ¡Si lo supieran!

—Cuéntaselo. Diles lo que quieras. Pero dámelo.

 En el fondo del cajón, envuelto en un pañuelo, estaba el pedacito de papel, opacado por los años. La mujer dio media vuelta y abrió los brazos. Mostró las manos vacías.

—Te lo dije —murmuró con voz dulce—. Quién sabe dónde lo dejaste.

Felipe Garrido




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viernes, 12 de septiembre de 2014

Inmolación

Levantó el minúsculo cuerpo que él mismo esculpió con sus manos de artesano. Sus pupilas se dilataron atrayendo la luz del pasado. Lo recordó besando ninfas y princesas, batiéndose contra reyes absolutistas y amansando bestias mitológicas con inmensa ternura. Vio como sus manos veteadas robaron sentimientos de tristeza a un pópulo raido por la marginación. Brujas y nigromantes le habían deseado una muerte precoz. Sus aventuras quedaron impresas en jornales y pasquines de la época.

-¡Eres tan solo una marioneta de maderas carcomidas!- le gritó al tiempo que ponía un espejo frente a él.

Ese mismo día, devastado por la ignominia, frotó sus piernas secas con amargo desdén, hasta incendiarse y convertirse en un puñado de cenizas legendarias revueltas por el viento.

Zepo


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El ángel arcabucero

El Ángel Arcabucero había salido de la iglesia llevado junto a la procesión. Miró su arcabuz y luego las relucientes Browning de la policía. El Ángel sintió algo que los humanos llamamos envidia. Como tenía poderes especiales por su condición angélica, sacó su mano del cuadro donde estaba representado y tomó la Browning de un oficial y le entregó a cambio su viejo arcabuz. El oficial lo miró aterrado. Como el Ángel no conocía el funcionamiento de una pistola, al querer usarla, mandó al cielo a media procesión, incluido el párroco.

Inés María Cabrera


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martes, 9 de septiembre de 2014

Concatenación

Los acontecimientos del pasado son los que determinan el presente. Por ejemplo, si tus padres no se hubieran conocido, hoy no existirías. Cuanto más se retrocede en el encadenamiento de circunstancias que conforman la historia del mundo, más inesperadas y sutiles serán las consecuencias que acarree el hecho más nimio, en una compleja, casi infinita sucesión de concatenaciones. Por ejemplo, si durante el cretásico superior cierto plesiosaurio carnívoro no se hubiera comido los huevos que una hembra de triceratops desovó tontamente cerca de la orilla, quizás, vaya uno a saber, me seguirías queriendo.

Ana María Shua



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sábado, 30 de agosto de 2014

VideoCuento BAJO LA PIEL Alejandro Juárez


Letras Tintas Radio presenta este cuento
de la serie "Personajes Autodestructivos".

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jueves, 28 de agosto de 2014

LA TRISTEZA

El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada.

Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.

Rosario Barros Peña



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