domingo, 22 de diciembre de 2013

El Predicador

Oro, luego existo, 
Oro, luego resplandezco, 
No todo lo que oro resplandece.
Laura Pini.


María y José llegan al pie de La Minerva, el emblemático símbolo romano de la leal ciudad custodiada por Justicia, Sabiduría y Fortaleza. Un ángel de Dios se adelantó al nacimiento de Jesús. Por doquier hay adornos, luces, árboles navideños naturales y artificiales, esferas, campanas, estrellas, pastores, duendes, hadas, viejitos pascueros, trineos, renos, cascabeles, moños, listones, flores de nochebuena, muérdago. En medio de la algarabía llega el predicador.
 
Niños en las calles, artificios de pólvora: bengalas, garbanzos, buscapiés, cohetes…

La advertencia En esta casa somos católicos, apostólicos y romanos y no aceptamos propaganda protestante ni comunista, no lo detiene. Protestante y comunista sí es, pero también es el siervo del Dios en el que este hogar pregona creer. En una residencia de tantas, la celebración se prolonga: fastuoso árbol, montaña de regalos, coronas, guirnaldas, pastorela con atuendos vistosos, nacimiento con figuras de porcelana y ropaje de satín, exquisita cena, ponche, dulces, villancicos. A la hora de la tradicional piñata de siete picos, es obvio que no han de escucharlo. En medio de humo de tabaco y brindis por cualquier motivo, los deja apaleando los siete pecados capitales.
 
Gritos, risas, choque de copas, ruido de cubiertos, aromas diversos y dispersos…

El violinista en el tejado de una casa llama su atención. Adentro, una mujer prepara latkes de patata, para dar inicio a las festividades de Janucá. Al terminar, el padre reúne a su numerosa familia, enciende la primera vela de la janukiya a un lado de la ventana dejando que la luz ilumine al exterior y dice la bendición, Barúj atá Adonay, Eloeínu, mélej a olám she ejeyánu ve kiyemánu ve iguiánu lazmán a zé: Bendito eres Tú, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos has dado la vida, que nos has mantenido y nos has hecho llegar hasta esta época. Toca a la puerta para comunicarles las buenas nuevas y no hay respuesta.

Ritmos de bandas, fogatas, alcohol, carcajadas destempladas, pláticas estrepitosas…

Pasa frente a un templo en el que cantan alabanzas y decide entrar; se sienta en la última fila aguardando la oportunidad de compartir su sencillo mensaje de salvación. El programa de la celebración especial decembrina se sigue con rigurosidad. Hincados, con la cabeza agachada y los ojos cerrados, los fieles se concentran en la repetición interminable de rezos; apenas se escuchan a sí mismos. Luego, formados en una apretada fila se disponen a recibir el cuerpo y la sangre de aquel al que llaman El Salvador. Prefieren el ritual a la esencia. Una lágrima resplandece en su rostro mientras se aleja.

Sirenas, patrullas, ambulancias, infortunios, salas de emergencia repletas, muerte… 

Al filo de la media noche entra en otro hogar; la imagen de Karol en brazos del mito español justificador de una conquista impía, sobresale. Adultos y niños están ocupados en el ritual de poner al Niño Dios en el pesebre… Los creyentes en los últimos tiempos, virtuosos y alejados del pecado, dejaron de serlo después de que el día 21 la Parusía no aconteció… A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Finalmente, el predicador entra en la más luminosa morada y desaparece.

Laura Pini
Fotografía Laura Pini




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