martes, 16 de julio de 2013

El camafeo

El camafeo tiene partes movibles en la cara. Todas desempeñan el mismo papel. El camafeo es pesado. No es algo que pueda usarse en un vestido. Se ve mejor en algún lugar en donde uno colocaría un reloj de pared; por ejemplo, en la repisa de una chimenea, con un fuego de troncos abajo, lo que imprimiría al dramático mecanismo un pathos doméstico.

Cuando al camafeo se le mira correctamente, las partes actúan de esta manera: El y ella están caminando a lo largo de la parte superior de un acantilado. Uno puede sentir el césped yesoso primaveral y hacia la izquierda se abre una gran extensión de precipicios. El horizonte parece interminable. Los dos caminan lado a lado, silenciosos, sin tocarse. Ella da un paso hacia la derecha, más allá de la orilla del acantilado. Él, intentando detenerla la agarra por el brazo, pero su ímpetu los hace caer hasta un banco de arena verde a escaso medio metro más debajo de la cima del acantilado. Él casi le ha zafado el brazo al tratar de salvarla. Ella se queda y mueve el miembro engarrotado, gritando y acusándolo. Él inclina la cabeza sobre sus brazos. Él también llora.

Su mecanismo no requiere de ningún cuidado. Es automático. Puesto en un marco de plata, puede llevarse al camafeo de cuarto en cuarto. Pero el camafeo prefiere el cuarto de estar, el fuego de la chimenea, las risas y una agradable compañía que ondule las cortinas de damasco.

El camafeo maravilla a los niños y los adultos están orgullosos de él.

Brian Swann (traducción de María Rosa Fiscal, en “El Heraldo”
fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/



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