martes, 12 de mayo de 2015

Hombre solitario

No era un solitario, pero disfrutaba de la soledad. Casi siempre, lograba descubrir lugares interesantes donde otros no los veían y los dejaban pasar indiferentes. Tenía esa particular habilidad. Recorriendo los mapas, había descubierto la existencia de una laguna oscura nacida de los deshielos en lo alto de una montaña del Sur, bastante alta y difícil de escalar. Sintió el llamado del silencio y la soledad y, como siempre, emprendió el camino con muy poco equipo. Eso formaba parte del placer que sentía al arriesgarse.

Comenzó la caminata en una soleada mañana de verano. Cruzo una tranquera y comenzó a caminar por el polvoriento sendero rodeado de altos arboles cuyas copas se agitaban con el viento. Entre las resquebrajadas hojas, el cielo celeste aparecía velado por altas y transparente nubes. Al cabo de unas horas el camino dejo de ser polvoriento y se transformo en grupos de grandes piedras desordenadas que había que sortear y escalar. El  silencio, solo acompañado por el  murmullo del viento, lo hacía sentir feliz. Era la gran soledad que había buscado.

Entre los grises apareció la laguna oscura, casi negra, rodeada de piedras y de los restos blanquecinos de los hielos del invierno navegando sobre las aguas temblorosas. Se sentó cansado sobre una de ellas, al borde del agua helada. Se saco las zapatillas y sumergió en ella unos instantes sus pies doloridos. Luego se extendió sobre una roca y disfruto del cielo y la soledad. Sus pensamientos corrían apacibles dentro de su mundo interior. El sol lo entibiaba. En ese momento fue cuando escucho los gritos de la mujer pidiendo auxilio. Dudo en levantarse de su cama de piedra, dudo en dejar perdidos sus pensamientos, pero con fastidio se puso de pie. A lo lejos vio una pareja. El estaba en el suelo  tirado al pie de una roca y ella agitaba los brazos en su dirección. ¿Lo habrían visto?

Sintió que habían roto su soledad, que sin autorizarlos habían intervenido en su vida.ran unos extraños. Y la tentación fue abriéndose paso en su mente. ¿Por qué tengo que ir en su ayuda? Yo no busque a nadie, no los necesito, no los quiero, me molestan. Quiero ignorarlos.

 Sin embargo, lentamente se encamino hacia ellos. Si, iba a cumplir con su deber de ayudarlos.  Iban a agradecerle  su auxilio, el iba a cumplir con las reglas de los montañistas, pero ellos nunca sabrían que él, el solitario, los detestaba y que en su fuero interno los hubiera dejado librados a su suerte entre las piedras porque se habían atrevido a ingresar en la soledad de su alma. Estaba representando su papel de buena persona, pero el sabia que en su interior, estaba guardado el reflejo de las aguas profundas, oscuras e impiadosas de la laguna como la parte secreta de sí mismo.


Inés María Cabrera



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