martes, 7 de octubre de 2014

EL SICARIO

La Iglesia estaba en penumbras, era ya casi el mediodía. No había feligreses, salvo un hombre de traje oscuro arrodillado en el penúltimo banco. El anciano sacerdote esperaba pacientemente las campanadas de las doce para cerrar las puertas del templo, sentado en el confesionario por si algún pecador se acercaba. Lentamente entró al templo el sicario y se arrodilló en el último banco. Le susurró al hombre de traje oscuro: ¿ahora? El hombre arrodillado en el penúltimo banco sin darse vuelta le respondió: no, espera que me confiese y me dé la absolución, luego procede. No quiero testigos.

Inés María Cabrera






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