viernes, 17 de abril de 2015

El ascensor

Salió de la oficina cuando ya anochecía y camino hacia las calles empedradas. Se detuvo frente a una pesada puerta de hierro forjado, abrió su cartera y saco una llave. Cuando la estaba empujando y entraba al hall de entrada apenas iluminado de la vieja casa de departamentos, se pregunto qué estaba haciendo allí un viernes a la noche. Fue un pensamiento indeseado que la inquieto. Se detuvo frente a la puerta enrejada del ascensor y espero un momento antes de abrirla. Sus oscuros pensamientos se reflejaron en su cara.

No vale la pena seguir con esta relación, tengo mi vida ordenada, una situación personal medianamente estable y conveniente con el director de la empresa, muy buenas perspectivas de progresar en mi trabajo y me he metido en una aventura sin futuro con un pintor callejero que no sabe qué hacer con el desorden de su vida, se deslizaron sus pensamientos,  con su mano sobre el picaporte del ascensor.

Pero, sin darse cuenta, sonrió cuando recordó al pintor y los momentos que pasaron juntos. No tuvo conciencia que su sonrisa fue plena, feliz.

¿Qué hago aquí? Volvió a preguntarse mientras entraba en el ascensor y se miraba en el espejo de bordes biselados de la pequeña caja de madera. Comprendió en ese momento que solo tenía dos alternativas, el juego se acababa y tenía que apostar.

Tuvo que reconocer que esperaba demasiado ansiosamente el fin de semana en que quedaba en libertad, cuando el director desaparecía para ocuparse de su organizada familia. Antes de conocer al pintor esa libertad le resultaba una dolorosa derrota semanal, pero ahora se había transformado en un verdadero alivio.

Movió su mano hacia el tablero para marcar el piso, pero la bajo.

Se volvió a mirar en el espejo biselado del ascensor y se vio sin poder evitarlo, sin desearlo, envejecida, transformada en una figura gris, caminando cansada por la calle empedrada, empujando sin fuerzas la pesada puerta de entrada, impregnada por el persistente olor a humedad que nacía de las descascaradas paredes.

Bajo la cabeza, cerró la puerta del ascensor y camino hacia la puerta de entrada. La abrió, la sostuvo con una mano con esfuerzo y con la otra mano dejo en el antiguo casillero de madera para recibir las cartas de cada departamento, la llave del piso quinto B.

Saco su mano de la puerta de entrada y dejo que esta se cerrara con fuerza.

Había apostado. También supo que en el casillero, inútil ahora,  había dejado olvidada su sonrisa.

Inés María Cabrera


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