También a él le dolió el cuerpo al penetrarla. Aunque se desmoronaron sus contornos, ella se humedeció aceptando. Mientras el aire despejaba aquel vaho caliente y sus ojos se desempañaban, el hombre metió la mano en el orificio desmigajado sin tocar la herida y allí regó el puñado de semilla… Entonces arrimó las dos manos sobre el mango de la pala dejando caer su quijada para descansar.
Aura White
fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/