viernes, 5 de agosto de 2011

Acompañame

Me recosté bajo un árbol. La noche fresca se coronaba con la luna partida a la mitad.


Las estrellas centelleaban como puntas de alfileres. Fui cayendo lentamente en el sueño, navegando con una sonrisa.

La sensación de alguna presencia me hizo entreabrir los ojos.

Su pequeño vestido blanco brillaba intensamente. Con mi mano sobre las cejas, exploré con mas detalle la escena: Era una niña de cabellos largos y muy negros, de manos delicadas y ...¡Estaba flotando!.
- Vengo para que me acompañes con Dios.
- Pero.¿Por qué?¿Por qué yo?¿Por qué ahora?.
- Que bueno que decidimos venir a este lugar. Imaginé que lo más romántico eran las playas exóticas.
- Yo no. Todo el tiempo supe que para celebrar el amor, tendría que hundirme en la naturaleza con los árboles, con el sonido de los grillos , con el aroma de las flores y las frutas.
- Eres maravillosa, haz iluminado las recámaras que tenía clausuradas en mi interior. Lograste hacer de mi castillo abandonado, una mansión enorme de sensaciones.
- Vayamos a la sala. Nos esperan el vino y los higos.

Bajamos de la hamaca. Las amarras seguían meciéndose en mi espalda. Entramos a una atmósfera deliciosa: vitrales , muebles de madera, campanas de mimbre, y velas indicando el camino hacia la alfombra donde compartiríamos nuestros cuerpos.

Brindamos por nuestro encuentro, por la bendición de la vida, por esa noche.
- Estoy en mis días fértiles
- Sería magnífico que concibieras.
- Vamos. Que no nos alcance el sol en el intento.

Fue el amor tan intenso como otras veces, pero ahora, algo sublime nos envolvía: la humedad espesa, el olor a leña, su cabello revuelto enlazando mis dedos.

El sabor de los higos combinado con su saliva era un dulce veneno que me adormecía para perderme en ese cuerpo inabarcable.

Quedamos rendidos y abrazados. Mire sus largas pestañas y sentí su respiración pausada. Estaba profundamente dormida. Me levanté, fui por una sábana y cubrí su cuerpo tibio. Tomé mi bata y decidí salir a disfrutar lo que quedaba de oscuridad.

Quería grabar en mi memoria cada uno de los detalles.

Se acercó con sus brazos extendidos.
- Ven. Toma mis manos.
- ¡No!¡No me lleves!. Aún no.
- Quédate quieto. Escucha.
- ¡No quiero morir!. Apenas he comenzado a vivir en plenitud.
- Lo sé, por eso te digo...Acompáñame.
- ¿A dónde?. Dime dónde.¡ Dilo ya !

Me miró profundamente calmando mi respiración y deteniendo por un instante mi corazón. Sentí que en esa tranquilidad se me iba el destello de la vida.
Su voz, de eco lejano, me entregó palabras que cayeron en mi pecho como flores silvestres:

- Cuando mencioné que me acompañaras con Dios, no era para quedarnos con Él , sino para que le pidas permiso de traerme a vivir con ustedes.... Soy tu hija.

Guillermo Osuna.

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