Tras una nueva bronca con su mujer, Richard salió
de casa dando un portazo y se subió al coche.
-Esta vez se acabó -se dijo, con la voz enronquecida
de tanto gritar.
Condujo a toda velocidad, espoleado por el desencanto.
Cerca de Ilford vio un todoterreno estrellado contra
un poste de la luz. Se detuvo en el arcén y, olvidando
sus propias circunstancias, corrió a echar una mano. El
conductor estaba aplastado contra el volante, con el
torso hundido y un ojo abierto que miraba ya desde la
muerte. Junto a él descansaba un teléfono móvil que,
asombrosamente intacto tras el choque, empezó a
sonar.
Richard vaciló unos instantes, turbado por las ufanas
reverberaciones de la sintonía en el ámbito lúgubre del
accidente. Por fin introdujo la mano por la ventanilla
rota del copiloto, cogió el teléfono y contestó.
-¿Sí? -dijo, con un hilo de voz.
-Amor, soy yo. Perdóname. Vuelve a casa, por favor.
Te quiero…
No pudo escuchar más. Colgó el teléfono y, con un
nudo en la garganta, se quedó mirando cómo las primeras gotas de lluvia salpicaban la pantalla.
Ruben Abella
Fuente:http://bit.ly/XSRAc5