Levantó el minúsculo cuerpo que él mismo esculpió con sus manos de artesano. Sus pupilas se dilataron atrayendo la luz del pasado. Lo recordó besando ninfas y princesas, batiéndose contra reyes absolutistas y amansando bestias mitológicas con inmensa ternura. Vio como sus manos veteadas robaron sentimientos de tristeza a un pópulo raido por la marginación. Brujas y nigromantes le habían deseado una muerte precoz. Sus aventuras quedaron impresas en jornales y pasquines de la época.
-¡Eres tan solo una marioneta de maderas carcomidas!- le gritó al tiempo que ponía un espejo frente a él.
Ese mismo día, devastado por la ignominia, frotó sus piernas secas con amargo desdén, hasta incendiarse y convertirse en un puñado de cenizas legendarias revueltas por el viento.
Zepo
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