Aquella tarde, papá regresó a la tumba entristecido. Laurita y
yo tratamos de convencerle de que era normal. Que después de
aquel desgraciado accidente mamá debía rehacer su vida.
Gracias a Dios ella no venía en el coche. Papá se sentó en una
esquina cabizbajo, sin explicarnos que no le dolía que ella rehiciera su vida, sino que lo estuviera haciendo con nuestro mecánico de confianza.
Luis Fernández de los Muros García
http://bit.ly/Z9X8yi