viernes, 26 de septiembre de 2014

VENGANZA

Empezó con un ligero y tal vez accidental roce de dedos en los senos de ella. Luego un abrazo y el mirarse sorprendidos. ¿Por qué ellos? ¿Qué oscuro designio los obligaba a reconocerse de pronto? Después largas noches y soleados días en inacabable y frenética fiebre.

Cuando a ella se le notaron los síntomas del embarazo, el padre enfurecido gritó: “Venganza”. Buscó la escopeta, llamó a su hijo y se la entregó diciéndole:
-Lavarás con sangre la afrenta al honor de tu hermana.

Él ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos no brillaba la sed de venganza, pero sí la tristeza del nunca regresar.

Ednodio Quintero


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domingo, 21 de septiembre de 2014

PATERNIDAD RESPONSABLE

Era tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo los ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.

Carlos Alfaro Gutiérrez


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jueves, 18 de septiembre de 2014

Compañía

—Dámelo —pidió la más vieja de las dos mujeres, la que estaba en la cama.

—No sé dónde lo tienes; nunca lo he visto —dijo la otra.

—Búscalo allí, en el cajón —ordenó la que estaba acostada, bocarriba. Habló desde la posición en que se encontraba, sin volver el rostro, sin incorporarse, con la mirada fija, como si estuviera viendo las manchas que la humedad había ido dejando en el cielo raso.

 La más joven de las dos mujeres, la que caminaba de un lado a otro del cuarto, se acercó al cajón y lo abrió. Removió las peinetas de carey, los broches de granates y perlas, los camafeos, los medallones de esmalte. Alzó los ojos y miró a la otra mujer, en el espejo, entre almohadas, guardando silencios llenos del trabajo que le costaba respirar.

—No lo veo —dijo—; a lo mejor lo perdiste.

—En el fondo —insistió la más vieja, tosiendo—; busca atrás, debajo del papel.

 Había demasiadas cosas en el cajón. La mujer que estaba de pie comenzó a sacarlas y las fue dejando encima, entre los frascos de crema y de loción.

—Quiero que me acompañe —explicó en voz baja la mujer que estaba acostada—. Lo quiero aquí, en mi pecho.

—¿No te da vergüenza? —preguntó la otra, mientras desprendía el papel guinda con que estaba forrado el cajón.

—Será mi compañía; mi única, mi sola compañía.

—¡Qué dirían! ¡Si lo supieran!

—Cuéntaselo. Diles lo que quieras. Pero dámelo.

 En el fondo del cajón, envuelto en un pañuelo, estaba el pedacito de papel, opacado por los años. La mujer dio media vuelta y abrió los brazos. Mostró las manos vacías.

—Te lo dije —murmuró con voz dulce—. Quién sabe dónde lo dejaste.

Felipe Garrido




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viernes, 12 de septiembre de 2014

Inmolación

Levantó el minúsculo cuerpo que él mismo esculpió con sus manos de artesano. Sus pupilas se dilataron atrayendo la luz del pasado. Lo recordó besando ninfas y princesas, batiéndose contra reyes absolutistas y amansando bestias mitológicas con inmensa ternura. Vio como sus manos veteadas robaron sentimientos de tristeza a un pópulo raido por la marginación. Brujas y nigromantes le habían deseado una muerte precoz. Sus aventuras quedaron impresas en jornales y pasquines de la época.

-¡Eres tan solo una marioneta de maderas carcomidas!- le gritó al tiempo que ponía un espejo frente a él.

Ese mismo día, devastado por la ignominia, frotó sus piernas secas con amargo desdén, hasta incendiarse y convertirse en un puñado de cenizas legendarias revueltas por el viento.

Zepo


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El ángel arcabucero

El Ángel Arcabucero había salido de la iglesia llevado junto a la procesión. Miró su arcabuz y luego las relucientes Browning de la policía. El Ángel sintió algo que los humanos llamamos envidia. Como tenía poderes especiales por su condición angélica, sacó su mano del cuadro donde estaba representado y tomó la Browning de un oficial y le entregó a cambio su viejo arcabuz. El oficial lo miró aterrado. Como el Ángel no conocía el funcionamiento de una pistola, al querer usarla, mandó al cielo a media procesión, incluido el párroco.

Inés María Cabrera


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martes, 9 de septiembre de 2014

Concatenación

Los acontecimientos del pasado son los que determinan el presente. Por ejemplo, si tus padres no se hubieran conocido, hoy no existirías. Cuanto más se retrocede en el encadenamiento de circunstancias que conforman la historia del mundo, más inesperadas y sutiles serán las consecuencias que acarree el hecho más nimio, en una compleja, casi infinita sucesión de concatenaciones. Por ejemplo, si durante el cretásico superior cierto plesiosaurio carnívoro no se hubiera comido los huevos que una hembra de triceratops desovó tontamente cerca de la orilla, quizás, vaya uno a saber, me seguirías queriendo.

Ana María Shua



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