Uno junto al otro, sudorosos, nos movíamos al unísono. El olor de nuestros cuerpos se percibía en lo cerrado del lugar. Mi mano acarició su muslo, ella se estremeció y animado por su reacción me acerqué aún más. Sorprendida me miró y le sonreí para calmar sus temores. Continué con mis caricias, aceptó mi cercanía y gimió. Extasiado en el juego, ni cuenta me dí cuando las puertas se abrieron y la muchedumbre la bajó en la estación Balderas.
José Manuel Romero
fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/