lunes, 14 de julio de 2014

Una flecha se clavó en un árbol

Con mucho esfuerzo el pequeño mapuche colocó la flecha de punta de piedra laboriosamente pulida en el arco y disparó su primer tiro. Los brazos le temblaban por el esfuerzo y el sudor le chorreaba por su cara oscura. El pelo lacio y renegrido brillaba en el sol del mediodía a orillas del Río Negro. La flecha se separó del arco y describió una parábola en el cielo celeste. Se clavó con esfuerzo en la corteza de un ciprés solitario. El chico corrió hasta el árbol y miró orgulloso su hazaña. Allí estaba la marca de su primer tiro. El sabía que tenía que prepararse. Los milicos estaban cerca y eran pocos los defensores de las orillas de Choele Choel. Desprendió la flecha e intentó de nuevo una y otra vez. Las marcas en la corteza formaron un extraño dibujo.

El chico regresó a la toldería con una sonrisa de triunfo. Él también defendería su inmemorial territorio. El combate estaba cercano y él lo deseaba. Pero en realidad no se produjo la lucha heroica que él presentía. La rendición  de su pueblo fue incondicional.

Su arco, el que había pertenecido a su padre, quedó abandonado y el tiempo lo destruyó. La punta de piedra de la flecha se hundió en la arena de la orilla del Río Negro entremezclada con la arena y los guijarros que dejaba el río en su curso. El viejo ciprés fue el único recuerdo de la efímera gloria del pequeño mapuche. El árbol perduró y fue su epitafio.

Inés María Cabrera


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