Aceptó como era su obligación de diplomático, la invitación al baile de gala de los reyes de Grecia. Pero se las arregló para que el jefe del protocolo invitara también a las numerosas estatuas clásicas que aún no exhibían su ruina en la sombra de los museos. De esa manera pudo soportar el roce de momias vivas cubiertas de finas telas y joyas carísimas, gracias al contacto de lánguidas Venus, de seductores Dionisios, de aristocráticos apolos y de otras no menos agradables presencias enamoradas de la vida.
Heriberto García Salazar
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