viernes, 27 de diciembre de 2013

Estrecha

Tan estrecha era la calle que tuvieron que besarse.

Dani Rovira



jueves, 26 de diciembre de 2013

Las apariencias del pintor

Aquel pintor tan pobre y barbilampiño no sólo llevaba pintado un fino bigote sobre su labio superior; también sus calcetines, que higiénicamente cambiaba cada día de color, eran pintados. Y la mujer con la que dormía estaba pintada sobre la sábana.

Ángel Guache




domingo, 22 de diciembre de 2013

El Predicador

Oro, luego existo, 
Oro, luego resplandezco, 
No todo lo que oro resplandece.
Laura Pini.


María y José llegan al pie de La Minerva, el emblemático símbolo romano de la leal ciudad custodiada por Justicia, Sabiduría y Fortaleza. Un ángel de Dios se adelantó al nacimiento de Jesús. Por doquier hay adornos, luces, árboles navideños naturales y artificiales, esferas, campanas, estrellas, pastores, duendes, hadas, viejitos pascueros, trineos, renos, cascabeles, moños, listones, flores de nochebuena, muérdago. En medio de la algarabía llega el predicador.
 
Niños en las calles, artificios de pólvora: bengalas, garbanzos, buscapiés, cohetes…

La advertencia En esta casa somos católicos, apostólicos y romanos y no aceptamos propaganda protestante ni comunista, no lo detiene. Protestante y comunista sí es, pero también es el siervo del Dios en el que este hogar pregona creer. En una residencia de tantas, la celebración se prolonga: fastuoso árbol, montaña de regalos, coronas, guirnaldas, pastorela con atuendos vistosos, nacimiento con figuras de porcelana y ropaje de satín, exquisita cena, ponche, dulces, villancicos. A la hora de la tradicional piñata de siete picos, es obvio que no han de escucharlo. En medio de humo de tabaco y brindis por cualquier motivo, los deja apaleando los siete pecados capitales.
 
Gritos, risas, choque de copas, ruido de cubiertos, aromas diversos y dispersos…

El violinista en el tejado de una casa llama su atención. Adentro, una mujer prepara latkes de patata, para dar inicio a las festividades de Janucá. Al terminar, el padre reúne a su numerosa familia, enciende la primera vela de la janukiya a un lado de la ventana dejando que la luz ilumine al exterior y dice la bendición, Barúj atá Adonay, Eloeínu, mélej a olám she ejeyánu ve kiyemánu ve iguiánu lazmán a zé: Bendito eres Tú, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos has dado la vida, que nos has mantenido y nos has hecho llegar hasta esta época. Toca a la puerta para comunicarles las buenas nuevas y no hay respuesta.

Ritmos de bandas, fogatas, alcohol, carcajadas destempladas, pláticas estrepitosas…

Pasa frente a un templo en el que cantan alabanzas y decide entrar; se sienta en la última fila aguardando la oportunidad de compartir su sencillo mensaje de salvación. El programa de la celebración especial decembrina se sigue con rigurosidad. Hincados, con la cabeza agachada y los ojos cerrados, los fieles se concentran en la repetición interminable de rezos; apenas se escuchan a sí mismos. Luego, formados en una apretada fila se disponen a recibir el cuerpo y la sangre de aquel al que llaman El Salvador. Prefieren el ritual a la esencia. Una lágrima resplandece en su rostro mientras se aleja.

Sirenas, patrullas, ambulancias, infortunios, salas de emergencia repletas, muerte… 

Al filo de la media noche entra en otro hogar; la imagen de Karol en brazos del mito español justificador de una conquista impía, sobresale. Adultos y niños están ocupados en el ritual de poner al Niño Dios en el pesebre… Los creyentes en los últimos tiempos, virtuosos y alejados del pecado, dejaron de serlo después de que el día 21 la Parusía no aconteció… A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Finalmente, el predicador entra en la más luminosa morada y desaparece.

Laura Pini
Fotografía Laura Pini




jueves, 19 de diciembre de 2013

Acordes de Liszt

Dedicado a Gabriela Torres Cuerva

Ángela Victoria ama el panteón de Mezquitán. Se deleita caminando por sus pasillos en silencio y soledad; lo considera suyo. Después de la última visita retornó a casa con olor a muerta, pero valió la pena y mucho. Solía creer que los cementerios eran tristes. Ahora sabe que no. Como todos los martes de luna nueva, llega a la necrópolis por las avenidas Federalismo y Maestros. Esta vez dedica un magnánimo tiempo a ver los murales de la barda exterior. Las escenas de la vida cotidiana que contempla la conducen al recinto de descanso: lágrimas, un choque, un asalto, una mujer con flotante cabellera castaña como la suya, siluetas sin rostro con obscuras túnicas de capucha que suplantan a La Muerte, la carroza fúnebre tirada por caballos. La procesión de imágenes va in crescendo desde la humildad en la esquina de la calle hasta la opulencia a un lado del ilustre ingreso al camposanto. Entra y busca una tumba. Su vaporoso vestido de etéreos colores serpentea con el viento. Las extravagantes sandalias contrastan con su paso cansino. A pesar de su sombrilla, el intenso calor la agobia. Los costosos tratamientos de belleza y las cirugías estéticas no detienen la inminencia del invierno. Sus alzadas cejas le han pintado una perpetua expresión de asombro que da miedo. Sigue buscando una tumba. Ve incesantes hormigas, helechos y arañas en las fosas abiertas y en abandono, tortolitas, diminutas flores silvestres, musgo, naranjos en fruto, una mariposa negra con grecas azul rey, amarillo y blanco. Allá creen en el Cristo que resucitó, aquí en el crucificado. Por todos lados hay símbolos del calvario, exiguos ángeles y unas cuantas rosas de piedra. Algunas esculturas están decapitadas. Se detiene frente a un modernista crucifijo pintado de sombras. Esa es la tumba. Ahí yace una hermosa joven. La evoca. El recuerdo trae acordes de Liszt. Se arrodilla. Permanece de esta forma por un tiempo sin edad. Sabe que la vida florece acá también. Sombrías nubes ocultan unos segundos al sol. Un cuervo blanco vuela cuando ella se levanta y en el cielo aparece una cruz de nimbos. Con paso ligero inicia el recorrido hacia la salida del santuario de la muerte. El agua cristalina de la fuente le regresa la imagen de una mujer con mirada resplandeciente, níveo cutis renovado y luminoso cabello negro. Al fondo de aquella tumba reposa en paz una mujer con vestido vaporoso, extravagantes sandalias y expresión de asombro.

 Laura Pini



sábado, 14 de diciembre de 2013

La estación

Se suena la nariz como si acabase de despedir a un ser querido, saluda con la mano mientras suelta una lagrimita para que los demás puedan verla. Dirige una última mirada hacia la ventanilla del segundo vagón y se queda allí, parada, mientras observa cómo se pone en marcha la locomotora para alejarse poquito a poco. Y qué más da que ni siquiera eche humo, piensa, y qué importa que ese no sea un tren de verdad.

María José Barrios 
Mar de Pirañas.Edición de Fernando Valls. Menoscuarto ediciones.2012


martes, 10 de diciembre de 2013

Los chicos crecen

El chico crece. Cada diciembre, con un lápiz de mina blanda, marcan su altura en la pared, detrás de la puerta del dormitorio. Hay otra marca, mucho más alta, que señala la altura del padre. El chico se esfuerza por alcanzar esa raya negra, se ahínca en el crecer como en una tarea peligrosa y constante. Un día no necesita medirse para darse cuenta de que es más alto que sus deseos. Pero ahora el padre está viejo, el hijo ya no tiene interés en alcanzarlo y sin embargo no puede detener esa carrera absurda que se arrepiente de haber empezado, lucha por frenar y es al revés, todo va tanto más rápido.

Ana María Shua


miércoles, 4 de diciembre de 2013

Los amantes

Uno junto al otro, sudorosos, nos movíamos al unísono. El olor de nuestros cuerpos se percibía en lo cerrado del lugar. Mi mano acarició su muslo, ella se estremeció y animado por su reacción me acerqué aún más. Sorprendida me miró y le sonreí para calmar sus temores. Continué con mis caricias, aceptó mi cercanía y gimió. Extasiado en el juego, ni cuenta me dí cuando las puertas se abrieron y la muchedumbre la bajó en la estación Balderas.

José Manuel Romero 
fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/


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