domingo, 23 de noviembre de 2014

Una excusa para viajar a París

Estoy cansado de vivir siempre en la misma ciudad. Me gustaría salir al mundo, viajar. A París, por ejemplo. Sí, París estaría bien. Mudarme a la capital francesa y escribir los Trópicos antes de que se me adelante Henry Miller; diseñar y construir una gigantesca estructura metálica a la que podría llamar la Torre Eiffel; levantar el castillo de Versalles; respirar el mayo del 68 o dar un paseo por la orilla del Sena acompañado de Víctor Hugo. Pero, claro, todo eso es imposible ya… Si algún día voy a París tendré que conformarme con avistar en el cielo las cigüeñas y sus cestitas de mimbre cargadas de recién nacidos. Unos amigos que han estado allí hace poco me han dicho que es un espectáculo no exento de cierto atractivo, a fin de cuentas.

Francisco Rodríguez Criado


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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ladrón fetichista

Ella se había puesto su perfume favorito sin saberlo. Como un vulgar ladrón se volvió a colar por su ventana para visitarla una noche más atraído por su delicioso aroma a jazmín. Como fetichista reconocido de sus pies no dudó ni un segundo en aterrizar sobre uno de ellos y detenerse unos breves instantes, eso sí, antes de clavarle sin piedad de nuevo su aguijón y chuparle como un vampiro sediento su Cero positivo y entonces la despertó, dejandole en su piel durante dias su asquerosa marca de mosquito tigre.

Natalia Pérez Agulló


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domingo, 16 de noviembre de 2014

Tempus Fugit

Aparte de muchas virtudes, la tecnología encierra la vocación perversa de hacernos sentir cada vez más viejos. Muestra de ello es cómo a diario, al tiempo que se intenta saciar la voracidad acaparadora de los coleccionistas de música, la perfección metalizada del CD, la enorme capacidad de almacenamiento del DVD y los misterios condensados e insondables del MP3 nos ponen despiadadamente de manifiesto la vertiginosa certidumbre de haber nacido vinilo tempore.

Juan Ramón Santos


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lunes, 10 de noviembre de 2014

Del salón…

Del salón en el ángulo oscuro, por su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, releyendo las rimas de Becquer, una tía lejana.

Ana María Shua



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sábado, 8 de noviembre de 2014

El Juez

Un mendigo pedía limosna en la puerta de un restaurante del cual salía un suculento olor a asado de carne.Tirado en la acera, el mendigo se decía lo afortunado que era por poder disfrutar de semejante aroma cada día mientras mendigaba. Un día fue a una panadería, compró una barra de pan y se acercó a la cocina del restaurante para comérsela mientras olía la carne asada. El cocinero, que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, le pidió un dinar por cada día que pasase disfrutando del olor que despedía la carne.
Ante la negativa del mendigo a pagar tal suma, el cocinero le llevó ante Yoha, el juez, a quien expusieron los hechos:
-Ese hombre -dijo el cocinero-, se pasa el día disfrutando del olor de mis asados y se niega a pagar por ello.
-¿Y cuánto dinero pides? -preguntó Yoha.
-Un dinar por día -contestó el cocinero.
Entonces Yoha sacó una moneda de dinar de su bolsillo, la tiró al suelo y preguntó al cocinero:
-¿Has oído caer la moneda?
- Sí, señoría -contestó el cocinero.
-Pues considérate pagado -dijo Yoha.

Raghida Abillamaa


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martes, 4 de noviembre de 2014

Caballo imaginando a Dios

A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el Caballo. Todo el mundo sabe – continuaba en su razonamiento – que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.

Augusto Monterroso


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sábado, 1 de noviembre de 2014

La daga

Es una daga posiblemente morisca, no soy entendida en armas, desgastada la hoja, damasquinada la empuñadura y la vaina de acero. Nuestro padre nunca nos comentó su origen, por lo que he pensado que tal vez debe de haber pertenecido a alguno de nuestros antepasados españoles que lucharon durante siglos contra los moros hasta que estos fueron expulsados de España. Pero tampoco lo sé con certeza, sólo lo supongo.

La desgastada hoja descansaba envainada sobre una mesa en mi departamento.  Una tarde entró un asaltante a mi casa, solo atiné a quedarme quieta y en silencio, mientras el hombre trataba de atarme a una silla. Yo tenía la vista fija en la mesa donde descansaba la vieja daga, para no mirarle la cara al delincuente. Entonces fue cuando  la carcomida hoja, desgastada por el tiempo y el uso, comenzó lentamente a moverse y salir de la vaina, en silencio y con sigilo. Lentamente se colocó de punta y con un movimiento rápido, aprendido a través de los siglos de lucha, se clavó en el pecho del hombre. Yo sentí que el hombre gritaba, mientras la hoja limpia, sin manchas, regresaba a su vaina que la esperaba.  El asaltante cayó al suelo. Yo temblaba.

Inés María Cabrera


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