martes, 18 de junio de 2013

La excursión

Sentado sobre la estrecha pared de piedra que bordeaba el dique, vieron a un rubiecito delgado y serio. De unos ocho años de edad. El embalse inmenso, allá abajo, era un abismo impresionante para los turistas, que se estremecieron al ver al chico con las piernas colgando sobre el vacío.

 —Pero, ¿de quién es esa criatura? —preguntó una señora. Nadie le contestó.

 —¿Con quién estás, decime? ¿Dónde vivís?

 El rubio se dio cuenta, despacito y la miró con sus ojos grandotes, que reflejan el celeste de las aguas del lago.

—¿Y cómo te dejaron subir ahí? —insistió la señora.

Sin hablar, el chico se paró sobre el muro.

—¡Pero te vas a caer! —exclamó ella, extendiendo los brazos.

El rubiecito echó a correr por el cerco del dique. De pronto se detuvo y juntando los brazos sobre la cabeza, se lanzó al vacío. Todos gritaron y luego se inclinaron sobre la pared. A medida que el chico caía, lo veían con menos claridad, como si se fuera haciendo transparente. El agua no se abrió para recibirlo: desapareció en el aire. La gente miraba consternada.

El chofer del micro tocó la bocina.

—¡Ya salimos! —anunció. Los pasajeros fueron subiendo lentamente.

La señora bufó, enojada: —¡Ya no saben que hacer para atraer al turismo!

El ómnibus arrancó y se perdió en la distancia. El rubiecito, sentado de nuevo en el cerco de piedra, miraba distraído el lago.

Armando Beilin

fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/


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