Parecía que las terapias habían dado resultado. No grité, ni me quedé paralizada por el miedo sufriendo taquicardias como hubiera sucedido en otro tiempo. Lo tomé con calma, y pensé en ir por el insecticida para acabar con esa araña que caminaba por la pared.
Al final el pánico me volvió a invadir y salí corriendo de la casa. En la puerta me topé con mi esposo, pero no me explico cómo no me vio si casi lo atropello y mis gritos de horror eran incontrolables.
No me detuve a buscar respuestas. Continué corriendo. Sólo los perros notaron mi presencia y empezaron a aullar, mientras mi esposo contemplaba perplejo mi cuerpo tirado sobre la alfombra.
Alejandro Reyes Juárez.
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