sábado, 10 de agosto de 2013

Awakening

Viviana levantó la cortina de sus ojos y supo que la esperaba un día de clases. Llegó a la escuela después de un turbulento trayecto en calles incómodas, llena de recomendaciones familiares y señales de auto-stop. Sumida en el vértigo del ensimismamiento, esa mañana se sintió más enamorada que nunca de su profesora de gimnasia: la clase fue un orgasmo de cincuenta minutos. Las siguientes horas transcurrieron como una aburrida teleserie plagada de anuncios comerciales. Llegó a casa al mediodía y lo primero que hizo fue descalzarse mirando al espejo. Su cuarto mudamente seguía intacto, mamá había ido al dentista y la sirvienta estaba abajo, muy lejos, calentando la comida. Viviana se pintó los labios con el lápiz escarlata que su amiga Cynthia le había prestado esa mañana, besó a su muñeca preferida y bajó al comedor. Los platillos de ese día, humeando aún al centro de una mesa enorme, no parecían menos suculentos que la boca de la mujer que los colocaba cuidadosamente y con gran destreza en pequeñas plataformas acrílicas. Viviana la miró. Vio sus dedos delgados disponiendo los cubiertos sobre el mantel, el suave dorso de las manos, el reloj vulgar apretando a la muñeca. Al llegar al lunar del antebrazo desvió la mirada hacia ninguna parte. Se quedó así por varios minutos, quieta, como concentrada en su propia distracción, hasta que el ruido de los goznes de la puerta que da a la cocina la hizo despertar, sin sobresaltos. Todavía alcanzó a ver a Pola que desaparecía detrás, confundiéndose en las sombras. Sonrió después, despacio.

Enrique Héctor González 
fuente: http://minisdelcuento.wordpress.com/


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