Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel. Los
marco y resulta que empieza a sonarle un hombro. Se lo disloca,
¡cruej! La cabeza del húmero se le queda junto a la oreja, como
un teléfono por el que escucho mi voz lejana. Y entonces me
responde, con tono de contestador: "Son las seis en punto de la
mañana, gracias por utilizar nuestro servicio despertador".
Intento hablarle, pero se lo coloca en su sitio y sigue caminando
por el embarcadero como si fuese una top sobre una pasarela.
Al llegar al borde se tira al agua y se despide con la cola. Igual
que lo hacen las ballenas.
Carlos García Burgos
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